martes, 10 de noviembre de 2009

EN EL DIA DE LA TRADICION

Un poco de Historia...
En la historia al gaucho se lo juzgaba como matrero y
asesino, pero hay que hacerlo de acuerdo con la época, el
ambiente y la sociedad en vertiginosa transformación en
la que vivió.
Dice José Hernandez...
Y sepan cuantos escuchan
De mis penas el relato
Que nunca peleo ni mato
Sino por necesidad,
Y que á tanta alversidá
Sólo me arrojó el mal trato.
Eran muchos los desheredados que había en nuestra
pampa en la segunda mitad del siglo pasado,
menesterosos los más y acorralados por un progreso que
no los envolvía, contribuyeron a él desde antes de las
guerras de la Independencia, cuando ante la bocas
enrojecidas de los cañones mortíferos, se agrandaba su
coraje y ofrendaban su vida en holocausto.
El gaucho habitante nómade de nuestro campo, tuvo su
origen en el hombre vagabundo que se alejaba de las
estancias para ir a las vaquerías", expediciones que se
organizaban para aprovechar los animales chúcaros que
pastaban sueltos en las llanuras.
Esta matanza y arreo de animales, reglamentada por el
cabildo de Buenos Aires, llevaba periódicamente a la
campaña un considerable número de hombres que se
ejercitaban en las faenas rurales y adquirían destreza
para dominar el caballo. Muchos de ellos perdieron
contacto con la ciudad; a este núcleo humano se le sumó
el "vaqueador" clandestino, el vagabundo de estancia y el
desertor, los cuales, tratando de ponerse fuera del
alcance de la justicia, provocaron ellos mismos su
aislamiento del centro urbano y de la civilización.
Este tipo de gaucho alzado y al margen de la sociedad
surgió en el litoral, en la campaña próxima a Buenos Aires
y en el Uruguay. El de la pampa sólo aparece en el siglo
XIX, pues hasta entonces las llanuras del sur estaban casi
despobladas.
Hombre de carácter reservado y melancólico y
acompañado por su inseparable guitarra, supo traducir
en sentidas décimas, el espíritu de la llanura que lo
inspiró. La dureza de la vida no le arredró, tal vez porque
no la entendía o se le presentaba como algo irremediable,
como algo que formaba parte de su destino.
La pampa ya no es el escenario de correrías de indios ni
de gauchos alzados; hoy es el predio de los campesinos,
hombres que trabajan de sol a sol, para sacar de la tierra
su sustento. Pero el campo, con sus poéticos amaneceres
y sus místicos ocasos, con su soledad que invita a la
meditación, es siempre el mismo; su impresionante
silencio es sólo interrumpido por el grito del chajá, el
mugido lejano de un vacuno, el balido manso de las
ovejas y en los postes intercalados en la infinitud de su
cielo, sin frondas y sin ramas los nidos de horneros
colocados como puntos suspensivos... Porque el hornero
como el gaucho es un colono venido desde lejos a
conquistar la pampa.

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